Opinión
Vidal Mario

La trágica historia de otra peste, en 1924

Vidal Mario, periodista e historiador.

En marzo del año 1924 (cuatro meses antes de producirse la también trágica historia de Napalpí), un diario de la época pintó una escena que en los días que corren lamentablemente se está repitiendo no solamente aquí sino en el mundo entero:

“Es muy duro y muy cruel que seres que se han visto dos días antes llenos de salud y de alegría perezcan repentinamente, azotados por las malditas epidemias. La bubónica pulmonar ha hecho su aparición en Vicentini, devastando traicioneramente un hogar donde hasta hace muy pocos días reinaba la felicidad. Es éste el de los Cimbaro Canella, antiguos y apreciados vecinos que cooperaron entusiastamente en los trabajos del progreso del Territorio Nacional del Chaco”.

Se refería a lo ocurrido con dos familias que compartían una inmensa casa de Puerto Vicentini, la cual a raíz de una peste de pronto se convirtió en una verdadera Casa del Horror.

Hace diecisiete años (2003), recibí un testimonio directo de aquel escalofriante drama. Me lo suministró uno de sus protagonistas, Feno Fermín Címbaro Canella. Al momento de recibirme en su casa de Vicentini, una antigua construcción que ahora debe tener casi 140 años, don Feno ya andaba por los 82 años de edad.

Él me contó ésta historia que de no haber sido tan dolorosamente real parecería haber sido extraída de una novela de suspenso.

También fueron días de angustia para las localidades vecinas Puerto Tirol y Fontana. Ésta fue la historia que me contó aquel nieto directo de abuelos gringos:

El detonante: una rata

“Esta casa fue el escenario del drama. En éste lugar donde nací y donde vivo, mi familia fue martirizada con diez días de terror. En sus habitaciones, mis familiares y otras personas que estaban de visita quedaron atrapadas. Había un cerco de policías, del cual solamente un peón de apellido Duarte pudo escapar a los tiros. Mi gente iba muriendo una por una, y se prendió fuego a todo lo que había en la casa.

El doctor Julio C. Perrando, inocentemente, sin saberlo, trajo la muerte a esta casa.

Todo comenzó cuando mi hermano Clorindo fue a hacer un trabajo en el almacén que mi tío Antonio Címbaro Canella tenía en la localidad de Puerto Tirol.

Sacó una rata muerta de un depósito y a las pocas horas ya estaba enfermo. Mi mamá fue a cuidarlo y lo llamaron al doctor Julio C. Perrando. En aquel tiempo había que hacer mucho sacrificio para desplazarse de Resistencia a Puerto Tirol y viceversa. Por ese motivo, el doctor Perrando sugirió que al enfermo lo trajeran con nosotros. Le quedaba más cerca. Entonces mi hermano vino a casa y, con él, la peste.

Clorindo tenía sólo 16 años, y murió en ésta casa a los dos o tres días de enfermarse. Al día siguiente del entierro se enfermaron papá y mamá. Después mi hermana Aurora, de 19 años. Otra vez vino el doctor Perrando, en plena madrugada, a revisarlos. Mis padres y mi hermana escupían sangre. Les estaba pasando lo mismo que a mi hermano Clorindo. Esa misma mañana pidió una junta médica y se confirmó lo que temía: estábamos siendo atacados por la peste bubónica.

Se expande la peste

En ésta casa vivían dos familias y éramos ocho chicos en total. “Que todos los niños suban a esos dos sulquies y disparen con lo puesto”, ordenó el doctor Perrando. Mi hermano Aldo estaba trabajando en la chacra y de allí salió tras nuestro, a todo galope, a caballo. Fuimos a Puerto Tirol. Mi hermano mayor, Humberto, quedó encerrado dentro del cordón sanitario dispuesto por la junta médica.

La cuestión es que mi gente iba muriendo uno tras otro. Mi hermano Clorindo murió el 19 de marzo de 1924. El siguiente día 25 a las 10:20 falleció Aurora. A las 11 le tocó el turno a mi papá, de 45 años. A las seis de la tarde también se fue mi mamá, de 39 años. Al día siguiente cayeron enfermas mis tías Olivia y Ernesta, hermanas de mi madre. Un día después el mal atacó a Francisco Bergagno y a José Dellamea. Los cuatro murieron entre el 31 de marzo y el 1 de abril.

Los sanos fueron confinados a un rancho de barro que estaba al fondo. Allí fueron a parar mi abuela, Catalina Blazutto, un peón de apellido Duarte y mi tío José Címbaro Canella. Allí mi tío José también se enfermó y murió. A los dos sobrevivientes (mi abuela y el peón Duarte) fueron trasladados a otro ranchito, de donde Duarte se escapó tiroteándose con los policías.

Todo lo que había en la casa, incluido un enorme almacén, fue quemado y enterrado. La aclaración de que sólo había que destruir lo utilizado por los fallecidos llegó demasiado tarde. Recuerdos, muebles, objetos de valor y hasta joyas fueron consumidos por el fuego. Grandes arcones llenos de cosas de las dos familias que vivían en esta amplia casa fueron destruidos por el fuego y enterrados. En esos días era directora de la Escuela 6 una francesa. Había ido a Francia de vacaciones y dejó sus pertenencias en ésta casa. También fueron a parar a la hoguera. La gente que hoy pasa por aquí ni se imagina que ésta casa donde ahora vivimos solos mi esposa Ernesta y yo, en esos días fue una casa del horror.

Una historia de amor

En medio de la tragedia, hubo una hermosa historia de amor. Resultó que Mi hermana Aurora estaba de novia con un joven llamado Luís Piccilli. Había fijado, para su casamiento, el mes de julio. Justo cuando él estaba aquí en una de sus visitas de novio se desencadenó el drama. Se cerró el cerco sanitario en torno de ésta casa y también quedó atrapado. Nada le impedía, si quería, escaparse aprovechando las sombras de la noche. Pero su novia también estaba enferma y decidió quedarse a compartir su suerte. Se quedó con ella hasta su muerte. Así que casamiento nunca pudo ser. Años después Piccilli tuvo otro amor, otra esposa. Es el padre de Hernán Piccilli, quien fue intendente de Resistencia.

Todos los que murieron fueron enterrados en un potrero, acá cerca. En 1949, cuando ya habían pasado 25 años, los Bergagno y los Dellamea desenterraron a los suyos y los llevaron al cementerio de Puerto Tirol. En el año 1970 asistí a la excavación para desenterrar el cuerpo de mi tío José. Estaba boca abajo. Evidentemente no lo quisieron tocar. Quedó así, tal como cayó en la fosa, durante 46 años”.

***(Periodista-Historiador)

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