Perfiles urbanos
Exclusivo de NOVA

Nominada a nivel mundial: Gloria Cisneros, la docente que hace 90 kilómetros en moto por caminos rurales para dar clases

Gloria Cisneros, es maestra rural de un aula multigrado y fue nominada a ser la mejor docente del mundo, por segundo año consecutivo.
Niños de entre 6 y 12 años pueblan el aula multigrado de la Escuela 793, de paraje La Sara, donde Gloria Cisneros enseña y deja una huella de amor.
El patio de la escuela 793, entre chañares, mistoles, libros y conectividad satelital.
Sus alumnos tienen entre 6 y 12 años, pero los acompañan curiosos más chiquitos que son llevados por sus padres.
Gloria recorre en moto más de dos horas, para llegar hasta la Escuela 793 "Don Carlos Armando Jaime".

La maestra rural Gloria Cisneros fue alumna de una escuela rural, y ahora deja su huella en la vida de niños de una de las zonas más inhóspitas de El Impenetrable. Solidaridad, empatía y amor como bandera para hacer de la Escuela 793 "Don Carlos Arnaldo Jaime" un segundo hogar para sus alumnos del paraje La Sara, ubicado a unos 491 kilómetros de Resistencia. De 5000 postulantes está nominada para los prestigiosos premios Global Teacher Prize, que elige a la mejor docente del planeta.

La historia de Gloria late al ritmo de una moto que madruga los lunes y apaga su motor los viernes. Son 90 kilómetros de tierra, barro y viento que separan su casa en Taco Pozo del paraje La Sara, una de las zonas más inhóspitas del Chaco. Allí dirige un aula multigrado donde conviven chicos de primero a séptimo, oyentes de tres a cinco años y, a veces, hasta bebés en brazos de sus mamás. Allí, también, nació una nominación que la puso entre los 50 finalistas del Global Teacher Prize.

"Es un orgullo, una satisfacción", dice con una mezcla de pudor y firmeza. El orgullo es doble: por su trabajo y por lo que esta visibilidad significa para los docentes rurales. La llamada llegó un jueves: videollamada del equipo de Varkey Foundation para anunciarle que su nombre estaba en la lista. No se auto postuló: fue nominada por Tima —la plataforma con la que enseña— y luego completó un proceso que evaluó su trayectoria, su impacto comunitario y su manera de cambiar vidas desde el aula.

Gloria cría a dos hijos. La mayor estudia en Salta; el menor cursará quinto año en 2026. Ellos la empujan, la esperan, la conocen: también fueron alumnos de esa escuelita. Saben de lluvias que frenan salidas y de regresos tardíos que valen por una semana entera.

El itinerario del viaje semanal

Lunes: salida con cielo claro o con amenaza de tormenta. "Igual llegamos", repite. Cuando llueve, espera a que el clima afloje y aprovecha huellas viejas para avanzar. Las anécdotas del barro sobran; las ganas, también. Viernes: regreso al hogar, con la satisfacción de una semana entera vivida dentro de la escuela. Entre medio: dormir en la institución para acompañar a los alumnos más alejados.

El aula contiene a 15 alumnos de primaria, de 6 a 12 años. Asimismo, acompañan "oyentes" de 3 a 5, curiosos y prendidos a cada charla. Entre misoles y chañares se abren paso una maestra, siete grados: dinámica, rotación, atención personalizada. La ayuda de la conectividad satelital, con la tecnología al servicio del aprendizaje: computadoras, tablets, celulares y una plataforma que permite abrir ventanas al mundo sin perder de vista el monte.

En paralelo, Gloria impulsa "La biblioteca en mi casa", un proyecto que saltó de su paraje a una agenda nacional como buena práctica docente. La consigna es simple y poderosa: mientras se enseña a navegar plataformas y a programar el futuro, se protege el hábito de leer, escribir y pensar críticamente. Un libro puede ser un mapa cuando internet no alcanza.

Su infancia y el legado

Gloria no llegó a la ruralidad por azar. Es hija de cosecheros, "golondrina" de chacra en chacra, alumna rural antes que maestra. De aquella infancia de caminos polvorientos heredó la empatía, el sentido de comunidad y la convicción de que la escuela puede torcer destinos. Por eso eligió esa vacante en 2017: para conocer, aprender y quedarse.

En cuanto a la comunidad educativa, no todos los chicos viven en La Sara. Algunos recorren 15, 25 o hasta 30 kilómetros para llegar. Cuando la escuela se vuelve casa, aparecen los albergados: los más lejanos se quedan de lunes a viernes. La escuela entonces late como un pequeño pueblo: clases, meriendas, tareas, juegos, cuidados. Y sueños compartidos.

Las victorias no se miden solo en notas. Se miden en primeras veces: la primera vez que subieron a una trafic, vieron el puente Chaco-Corrientes, que sus pies tocaron la arena y el agua de la playa. Se miden en llamados de familiares que vieron "a los chicos en la tele", en voces que piden "volver a Resistencia", en la autoestima que crece cuando el mundo, por fin, mira hacia el monte.

La nominación

Entre más de 5.000 aspirantes de todo el mundo, Gloria quedó entre los 50. La noticia encendió un entusiasmo contagioso: "Quieren ganar", dice sobre sus alumnos, competitivos y felices. Pero el premio, en algún punto, ya está: la visibilidad para una escuela que enseña a leer, a usar tecnología, a soñar y a volver a intentar aunque el barro tape las ruedas.

Lo que falta y cómo ayudar

La ruralidad enseña prioridades. Una fruta puede ser fiesta. Un par de zapatillas, una oportunidad para jugar sin dolor. Ropa, calzado, juguetes simples, una canasta navideña: todo suma cuando el camino a la escuela empieza mucho antes de la puerta del aula. Quienes deseen colaborar con los estudiantes del paraje La Sara pueden comunicarse al 3874734938 para coordinar donaciones y envíos.

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