El juez Claros manifestó: “Como juez tengo el deber de declarar que su derecho a la ciudadanía está consagrado por la Constitución y, en consecuencia, que la mujer goza en principio de los mismos derechos políticos que las leyes, que reglamentan su ejercicio, acuerdan a los ciudadanos varones, con las únicas restricciones que, expresamente, determinen dichas leyes, porque ningún habitante está privado de lo que ellas no prohíben…”

Fue así que Julieta pudo votar pues logró que su nombre figurase en el Padrón Electoral…el presidente de mesa fue el historiador Adolfo Saldías quien orgulloso le manifestó a la Dra. Lanteri su satisfacción por haber firmado la boleta de la primera sudamericana en votar.

Pero la alegría duró muy poco. En las próximas elecciones no corrió con la misma suerte, pues ya no figuraba en el padrón, el padrón electoral correspondía al empadronamiento para el servicio militar, que como es obvio, no contenía a ninguna mujer. A pesar de los reclamos de Julieta Lanteri, nadie le aceptó que emitiera el sufragio, convirtiéndose este el motivo de una larga lucha de las mujeres argentinas.

La indomable Julieta, apodada despectivamente “la Lanteri” por los medios gráficos de entonces, comenzó su gestión para ser diputada convencida de que era la única forma de crear leyes que beneficien a las mujeres. Por supuesto contó con el apoyo de otras dos grandes mujeres Elvira Rawson (radical) y Alicia Moreau (socialista), mujeres unidas para un objetivo por demás importante. En esta sociedad patriarcal que vedaba los derechos a las mujeres, Julieta nunca llegó a ser diputada, pero fue una ferviente luchadora por los derechos feministas. Fue co fundadora de la Liga pro derechos de la Mujer y del Niño, y bregó incansablemente por cuestiones como: la igualdad de derechos de los hijos matrimoniales e “ilegítimos”, el divorcio absoluto, horario máximo de trabajo de 6 horas para la mujer, la abolición de la prostitución reglamentada, licencia por maternidad y subsidio por hijo, entre tantas otras.

Desde estos difíciles momentos y pedregosos caminos, las argentinas tuvimos que esperar 36 años más para lograr el objetivo.

Me permito citar a Felipe Pigna cuando cuenta la larga y cruenta lucha por lograr el voto de las mujeres:

“…En 1911 el diputado Alfredo Palacios presentó el primer proyecto de Ley para el sufragio de las mujeres. Tristemente en 1912 la Ley Sáenz Peña vedó el voto a las mujeres , ya que eran consideradas incapaces por el Código Civil de 1871, y en 1926 al fin se alcanzó la igualdad legal, que obviamente de igualdad no tenía nada, porque en la práctica no fue respetada, ya que no incorporaba el voto ni la patria potestad compartida.

…Desde aquel proyecto de Palacios de 1911 se presentaron otras 22 iniciativas legislativas hasta que el 9 de septiembre de 1947 pudo sancionarse finalmente la ley 13.010 que establecía en su primer artículo:” Las mujeres argentinas tendrán los mismos derechos políticos y estarán sujetas a las mismas obligaciones que les acuerdan o imponen las leyes a los varones argentinos.”

Hoy contamos con otras leyes como la Ley de Cupo Femenino, que creó la posibilidad de ser elegidas en cargos electivos, lo que ha favorecido a nuestra vida cívica y política, aún así siguen siendo pocas las que participan en política ya que ante una sociedad con resabios patriarcales, a las mujeres les cuesta mucho actuar en un mundo político que aún les sigue siendo vedado.

Con toda esta realidad las mujeres de a poco están ocupando espacios de poder. Habrá una verdadera igualdad y equidad cuando estos cargos sean ocupados por ellas sin la necesidad de una ley de cupo, cuando se den naturalmente, cuando las mujeres se empoderen, cuando se les dé el lugar que les corresponde y cuando toda la sociedad comprenda que las mujeres son tan capaces como los hombres y que pueden emprender cualquier empresa que se propongan.