Perfiles urbanos
Murales y caballetes como inspiración

El artista alienta y promueve sus momentos de ocio y descanso, en afán de la creación

Luciano Acosta destaca que disfrutó cada uno de sus “estadios”, con inicios como autodidacta que se convirtieron en la pintura de caballete y el muralismo urbano.

Siempre se habla de que las influencias de diversos artistas y numerosas experiencias lograron en que cada cuadro, en cada mural esté plasmada su creativa y original visión. Tiempo atrás reconoció que le quedan numerosos proyectos por concretar, pero el artista Luciano Acosta estaba feliz por su paternidad y por su vida artística, donde más de un “crítico” destacó que “la ciudad tiene quien la pinte”.

Luciano nació y fue autodidacta desde su infancia en Resistencia, hasta que desde el 2000 incursionó en el mundo del arte bajo la dirección del artista plástico Juanjo Stegmayer, en el taller Guernica. A partir de allí, comenzó su trabajo en la pintura en caballete y luego empezó a desarrollarse como muralista urbano.

Desde muy pequeño, Luciano vivió rodeado de sus tres hermanos: Rodrigo, Sebastián e Indiana, y en compañía de sus padres. Ellos crecieron en un hogar donde reinaba la libertad en todos sus aspectos, valor que él siempre resalta y valora de sus padres. Eso le sirvió de apoyo para introducirse en el mundo del arte y así descubrir su talento.

Era terrible, le gustaba jugar solo, y ya comenzaba a hacer sus primeros bosquejos de lo que hoy es parte de su vida: las ilustraciones. Luciano cuenta que a la hora de escribir buscaba dibujar, como algo instintivo, de manera que intentaba darle sus formas a las letras.

Vivía inmerso en un ambiente familiar, con tradiciones muy arraigadas, como la música clásica y las comidas típicas que provienen del origen yugoslavo de su madre, atribuyendo a esta herencia la buena educación que recibió. Allí, en esos años se siente atraído por la imagen de la mamushka, figura que hoy se destaca en su arte y que ha vendido miles de réplicas y que se manifiesta como parte de orígenes familiares.

En los años de la primaria se pasó las clases dibujando en los costados de su cuaderno, su obsesión más grande por esos años era dibujar caballos. En ese tiempo tenía un compañero con el cual compartía esa pasión por dibujar, hasta se transformaba en una especie de competición entre ambos; él admiraba los dibujos de su compañero de banco y se preguntaba como hacía para crear en su mente y plasmar en un papel esas imágenes. Con él compartió el banco hasta el séptimo grado de la primaria.

Cuenta que durante su adolescencia, comenzó a dibujar menos y mostró poco interés por el estudio de las materias, pero fue buen alumno, aunque matemática nunca fue su materia predilecta. Tenía muchos amigos, era sociable con sus compañeros y le gustaba estar en compañía de ellos. En aquellos años disfrutó mucho y recuerda muy buenos momentos. Y expresa lo importante que es la amistad en la vida de una persona.

En plena etapa en que siempre surge la búsqueda de referentes, Luciano descubrió a Jim Morrison y se convirtió en un fanático seguidor de su música y de Los Doors, que predomina hasta el día de hoy. Se sumergió en el interés por la música y comenzó a escuchar a clásicos como Queen, The Beatles y Aerosmith. Por esa época también tuvo amores y desamores, típicos de la edad. No tuvo vicios y aclara que “es jodido que la persona tenga un vicio”.

Años más adelante, cuando finaliza la secundaria, ingresa al Instituto Superior “Nuevo Siglo” en Corrientes. Allí estudió cuatro años diseño gráfico y explicó que la tarea del diseño no era sencilla porque no existían los soportes tecnológicos que ahora abundan y facilitan la labor. A los 21 años, se recibió de esta profesión. Asimismo, dos años antes de finalizar su carrera ingresó en varias imprentas, donde trabajó y eso le permitió ir aprendiendo más sobre el ámbito el diseño.

En el 2000 realizó un viaje a Europa por cuatro meses, con el fin de conocer y pasear con amigos, pero estando allí se encontraría con grandes influencias para sus obras. En ese viaje visitaron varios países, uno de ellos fue Holanda, donde en la visita a un museo quedaría fascinado por los cuadros de Vincent Vang Gogh. Sus colores, sus trazos y los temas sociales que el artista tomaba y plasmaba en sus obras, como la pobreza, la soledad, atraerían aún más la curiosidad de Luciano.

Aquel viaje cambiaría su visión con respecto a la vida y a las cosas. Él recuerda que su madre le había mostrado un libro en donde había pinturas de Vang Gongh, y destaca que el color de esas páginas influenció mucho en sus obras.

Años más tarde, el artista plástico Milo Locket, lo invitó a participar en un encuentro de artistas en el interior, donde se realizarían presentaciones y muestras. Allí conoció y aprendió más sobre los diferentes estilos y tendencias del arte. El mismo la recuerda como una experiencia maravillosa, y se muestra sumamente agradecido por la generosidad de Milo Locket que tuvo hacia él.

Mientras trabaja en sus cuadros, en su taller, recuerda que ese viaje fue muy productivo, y le gustó mucho esa comunión entre que hubo por esos días, y se lamenta “es triste que no pase a menudo”. Así comienza a entrar en el circuito de producir y mostrar sus obras de arte.

Hoy trabaja en numerosos proyectos culturales, como la Revista CUNA, la de Historietas ÑERI, y es ilustrador de los productos textiles del “Ático de Lu”. Además, tiene previsto participar en más proyectos porque a menudo recibe numerosas ofertas, las cuales solicitan sus cuadros para que adornen un salón, así como también una famosa exposición.

En la ciudad ha hecho varios murales, lo que para él es muy significativo. Debido a que le encanta y le entusiasma hacer murales, el mismo expresa que cada mural cuenta mucho más que un cuadro, por lo que se vive y se experimenta en el momento de realizarlo dejando una inolvidable y única sensación. También, agrega que sus críticos más sinceros son los niños, a quienes los escucha murmurar a su alrededor mientras él trabaja en su obra; ese momento se convierte en un verdadero desafío. Porque siente presión todo el tiempo, por parte de los chicos, quienes representan la nueva generación y serán los que verán sus obras en el futuro.

Uno de sus murales se encuentra en el Barrio Juan Bautista Alberdi por Castelli, Calle 13, llamado “Árboles de alegría”. En un sitio donde no hay árboles y predomina la miseria, Luciano brilló y deja un regalo a los vecinos del lugar. En sus obras se demuestra la influencia de la tendencia naif oriental; y lo describe como “suave, natural, a la vista es agradable”.

Cada vez que realiza sus cuadros siente “un enorme placer, al igual que cuando juego al fútbol, escucho a Jim Morrison o juego a la play,” dice Luciano. Y cuenta “el único miedo que tengo es que la rutina intoxique mi arte”.

Desea que Resistencia siga creciendo en materia cultural, aunque admite que a veces ser artista no es fácil en este país. Y más aún en la actualidad, debido a la crisis, vender se vuelve una tarea difícil.

Sin embargo, destaca que entrar en el mundo del arte es impresionante, y que hay y quedan muchas cosas por hacer; que en este último tiempo ha vendido numerosos cuadros y que le sorprende que tanta gente recurra a ver sus obras. Por ese motivo y por su gran entusiasmo sigue cada día trabajando en sus proyectos y sueños, porque aún queda mucho por delante.

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